
Sin embargo, hay cosas que no se eligen sino que se llevan en la sangre. De niña ya leía su apellido De Grazia en un sector de la platea del estadio Eduardo Gallardón. Era en homenaje a su abuelo Juan, uno de los socios fundadores. Su pasión ya no iba a cruzar de vereda porque estaba en sus genes.
Recuerdo que en la fiesta aniversario de los 10 años del último ascenso a Primera me acerqué tímidamente a ella. Estaba espléndida, eufórica y excitada pero sin la vestimenta de algún/a diseñadora de moda; tan solo con su camiseta Milrayitas, que había comenzado a usar antes que cualquier vestido de etiqueta.
Era casi la dueña de todas las miradas y flashes. Había estado a los saltos, cantado y alentando al Milrayitas en plena actitud de tribuna popular. Me acerqué cuando ya se le habían achinado esos hermosos ojos claros. Es que ya era tarde y la fiesta llegaba a su fin. Sin embargo me regaló una gran sonrisa al recibirme. "Empecé a ir a la cancha desde muy chica porque me llevaba mi papá y abuelo. Nací casi con la camiseta puesta", me dijo con sus labios ya oscuros por los taninos del vino. Su gesto de felicidad parecía dibujado y no se modificaba; es que había ayudado desinteresadamente a su club, como lo hacen muchas personas.
En aquellas pocas palabras que cruzamos me quedó dando vueltas la frase: "Los Andes es parte de mi vida". El domingo la tristeza se apoderó de nosotros al conocer la trágica noticia. Se marchitó nuestra flor, Jazmín. Buen viaje nena y nos vemos en alguna otra oportunidad para alentar al Milrayitas desde lejos...
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